Había oído algo sobre una fiesta en casa de los Cullen. Mierda, no puede mentir, ha oído mil ochocientas veces, Alice se lo había recordado, de alguna manera u otra, más de un millón de veces, ha husmeado en conversaciones sobre la fiesta que se estaba planeando para esa noche en casa de los Cullen, y no planeaba perderse un segundo.
En cuanto a la preparación, nada fuera de lo normal: una remera musculosa bien grande, quizá demasiado para su cuerpecito, algo rasgada, oscura, roja, grisácea, no lo sabe del todo, su adorada chaqueta de cuero negro -que no tardaría en dejar por ahí-, esas medias de red altamente agujereadas que tenían quizá más años de los que ella aparentaba y borcegos bajos y pesados. Si, realmente se sentía una pordiosera en casa de los Cullen, pero había hecho votos de castidad hacia los vestidos y enaguas. Enaguas, mierda, se estaba volviendo vieja.
Se acerca a una mesa abarrotada de tragos, quizá sólo por cortesía, y enseguida toma aquel que, a su parecer, fue hecho pura y exclusivamente para reposar entre sus manos. Vodka, puto vodka, le trae más recuerdos de los que debería llevarse.
En cuanto a la preparación, nada fuera de lo normal: una remera musculosa bien grande, quizá demasiado para su cuerpecito, algo rasgada, oscura, roja, grisácea, no lo sabe del todo, su adorada chaqueta de cuero negro -que no tardaría en dejar por ahí-, esas medias de red altamente agujereadas que tenían quizá más años de los que ella aparentaba y borcegos bajos y pesados. Si, realmente se sentía una pordiosera en casa de los Cullen, pero había hecho votos de castidad hacia los vestidos y enaguas. Enaguas, mierda, se estaba volviendo vieja.
Se acerca a una mesa abarrotada de tragos, quizá sólo por cortesía, y enseguida toma aquel que, a su parecer, fue hecho pura y exclusivamente para reposar entre sus manos. Vodka, puto vodka, le trae más recuerdos de los que debería llevarse.